Por estos días hace frío en Buenos Aires. Uno que te cala bien los huesos y que jode de mañana y de tarde, y al mediodía. Que me hace acordar a cuando era chico y me ponían unos gorros de lana muy guerrilleros que cubrían toda la cara a la salida de natación, con un pompón arriba que despojaba de revolución a todo el asunto.
Nosotros, los porteños burgueses que nos quejamos del subte, sufrimos este frío cuando salimos de los departamentos con calefacción y antes de entrar a los trabajos. Al caminar las cuadras que nos separan de la estación Carlos Pellegrini del trabajo.
Porque el subte de ida y el subte de vuelta está calentito: lo que se sufre en enero se tolera en mayo. Y ya hace varios días que viene haciendo frío. Cada vez más.
Pero hay otros, que llamaremos aquí los porteños descalzos. Son esos que no votan el próximo domingo, y tienen cajas con monedas adelante. Que se cubren con lo que pueden y esconden las cabezas entre los hombros, y acercan éstos a las rodillas.
Esos que se paran al lado de las boleterías, con el mentón sobre el mostrador. Los que se acuestan a la vera de los carteles luminosos de Telerman, Macri y Filmus, en los pasillos del subte calentito.
Hace dos semanas, una nena de cerca de diez años lloraba en la calle Florida, justo debajo de una vidriera de Galerías Pacífico, con camisas de Ralph Lauren a 500 mangos. Y lloraba descalza, y lista para una foto. Y yo ahí, con mi cámara y el pudor de no ser tan hijo de puta.
Pero deberían haberla visto.
Cada vez hace más frío y cada vez pienso más en ella. Ahora la busco, con un par de zapatillas en la mano, pero no la encuentro. Y me pregunto todos los días si seguirá descalza y si seguirá llorando.
Hoy esto me hizo acordar a ella.
Nosotros, los porteños burgueses que nos quejamos del subte, sufrimos este frío cuando salimos de los departamentos con calefacción y antes de entrar a los trabajos. Al caminar las cuadras que nos separan de la estación Carlos Pellegrini del trabajo.
Porque el subte de ida y el subte de vuelta está calentito: lo que se sufre en enero se tolera en mayo. Y ya hace varios días que viene haciendo frío. Cada vez más.
Pero hay otros, que llamaremos aquí los porteños descalzos. Son esos que no votan el próximo domingo, y tienen cajas con monedas adelante. Que se cubren con lo que pueden y esconden las cabezas entre los hombros, y acercan éstos a las rodillas.
Esos que se paran al lado de las boleterías, con el mentón sobre el mostrador. Los que se acuestan a la vera de los carteles luminosos de Telerman, Macri y Filmus, en los pasillos del subte calentito.
Hace dos semanas, una nena de cerca de diez años lloraba en la calle Florida, justo debajo de una vidriera de Galerías Pacífico, con camisas de Ralph Lauren a 500 mangos. Y lloraba descalza, y lista para una foto. Y yo ahí, con mi cámara y el pudor de no ser tan hijo de puta.
Pero deberían haberla visto.
Cada vez hace más frío y cada vez pienso más en ella. Ahora la busco, con un par de zapatillas en la mano, pero no la encuentro. Y me pregunto todos los días si seguirá descalza y si seguirá llorando.
Hoy esto me hizo acordar a ella.
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