[El centro de Harlem, dónde vimos las Elección. De fondo, el famoso Teatro Apollo]
Me apuro para escribir esto porque no tengo tiempo, pero no quiero que la sensación que tengo desde ayer a las siete de la tarde se me escape como arena entre los dedos, y el cinismo regrese frío e implacable.
Ayer estuve desde cerca de las 7.30 en el cruce de la Avenida 125 y la Siete. O mejor, entre el cruce del Boulevard Martin Luther King Jr. con la Avenida Adam Clayton Powell Jr. De pie hasta la 1.30 de la madrugada. Es el corazón de Harlem, un barrio de negros que honra en los nombres de sus calles a los más de doscientos años de lucha contra un sistema opresivo y una sociedad racista. A una cuadra de distancia, el famoso Teatro Apollo, centro de la comunidad del barrio por dónde pasaron algunas de sus estrellas más renombradas. Un joven Jimmy Hendrix ganó allí un premio en un concurso amateur en 1964.
El lugar estaba lleno de gente y periodistas: fue uno de los dos lugares de Nueva York desde dónde las principales cadenas transmitieron en vivo y en directo. El clima era de absoluta alegría. Con el correr de las horas y a medida que más Estados se cantaban favorables a Obama, las risas y los aplausos se incrementaba, hasta que inesperadamente, supongo que un rato antes de la medianoche, la pantalla de la CNN mostró que un joven abogado negro será el 44 presidente de los Estados Unidos.
Alegría absoluta. Era un sueño cumplido, pero es raro que en estas circunstancias los sueños tengan soñadores identificados y hasta haya fechas y lugares que lo originan. El sueño que se cumplió ayer es el de Martin Luther King, tal como fuera expresado por él en Washington en Agosto de 1963.
Me entrevistaron de un canal de noticias en español local, y dije que me parecía fascinante compartir la alegría de esta gente en este día histórico. Para mi, los negros de los Estados Unidos representan lo mejor de los Estados Unidos. Su lucha incansable durante la segunda mitad del siglo XX en contra de una de las injusticias más evidentes representa, para mí, un esfuerzo que salva a la democracia como sistema de Gobierno. Y que marca el camino arduo, difícil pero inevitable, que hay que seguir para luchar por la igualdad y la justicia.
Verlo a Obama hablar y no pensar en King es imposible. De ahí que ayer me pareció imposible no tener esperanza en que algo puede cambiar, en que EEUU puede llegar a ser una sociedad más justa en unos cuantos años de lucha. Ayer, me parece, se escribió el último capítulo de la gran tragedia americana. Leyendo hace unos días la introducción a Narrative of the Life of Frederick Douglass - An American Slave, me crucé con esta frase que define la magnitud de lo que pasó ayer y el tamaño de la esperanza de miles de norteamericanos que ayer lloraban por las calles abrazados unos con otros.
El problema de la raza en América no es sólo un dilema (...) es una tragedia de proporciones Griegas, hasta bíblicas, dónde de los pecados de los padres visitan a sus hijos hasta la tercera o cuarta generación y más allá.
Hoy esperamos que esa tragedia, tan aberrante y tan norteamericana, haya terminado de una vez y para siempre. Pero como dijo Obama, el cambio que tanto prometió habrá que construirlo de ahora en adelante. Los negros, y los latinos, siguen siendo minorías que están sobrepresentadas en los índices de pobreza. Tiene menos chances de acceder a educación de calidad y son los que llenan las cárceles.
Ayer el cambio no llegó, el cambio recién comienza. Es un trabajo difícil, y supongo que miles de obstáculos habrá en el camino. Pero tenemos esperanza. Al menos por un día.
[Festejos post victoria]
1 comentario:
Re emoción >:)
Ahí había congregada mucha gente de la comunidad afro?
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