miércoles, abril 01, 2009

Schmidt, Copio Y Pego

Esto escribió Esteban Schmidt en Trabajos Prácticos. No soy de copiar un texto de otro entero, pero me parece que lo que escribió Estaban hay que repetirlo hasta el cansancio, como un mantra, todas las noches, especialmente las tres últimas líneas.

Dijo Alfonsín mil veces: “No conozco el odio ni el rencor”. Pero yo todavía sí. No puedo digerir bien las ofensas personales, y el daño al mismísimo pueblo, cuando ocurre, que es todo el tiempo, y me cuesta tamizarlas y concentrarme en la misión humanista de contribuir a elevar el espíritu de la comunidad y de servir al prójimo como a mi mismo, siendo mejor profesor, mejor escritor, mejor hermano y amigo. Hoy, en el día nacional de la orfandad política, tuvimos que soportar agravios, las desmesuras de algunos desvalidos en el facebook y en los blogs, plazas públicas digitales para ciberñoquis retrasados que chorean horas que deberían, por procedencia de la renta, dedicar al servicio público, para hacerse los irónicos, los bravos interventores de velorios ajenos que educan sobre por qué hay que llorar y cuándo y quién merece el verdadero amor, el amor que, pobres, ellos no tienen y no conocen. Un retrasado pregunta: ey, quién inventó a Rico. Y los pobres animales que tienen de amigos les siguen desde sus nidos de mierda la broma, la mentira borracha, jajaja. Los bravos ciberñoquis desconfían de la decencia, ya que sólo se dejan seducir por los machos y por los reventados. Un abogado de Chascomús, radical, qué asco. Pero la muerte de Alfonsín, un padre imaginario para el enorme grupo de amigos que lo lloramos desde hace un día, el hombre de las virtudes republicanas, el que puede resistir las ofensas y seguir para adelante con constancia, nos pone a sus hijos imaginarios, en la difícil misión de madurar del todo, abandonar el espíritu defensivo y asumir el papel gandhiano, alfonsinista, de insistir con un mismo método la parte de la vida que nos quede, que, como nuevamente ha quedado probado con la partida de este prócer sencillo, sin oropeles, sin medallas en el saco, llega para todos. Ya veremos cómo, cuál es nuestra plataforma, nuestra carta de intenciones de la que no nos vamos a mover, como Alfonsín, una y otra vez, no se movió del llamado al diálogo, al encuentro entre los argentinos. Yo les pido, mientras tanto, a mis amigos, a mis viejos correligionarios, a los alumnos y profesores con los que nos hemos comunicado estos años por la maravillosa vía del intercambio de saberes y experiencias, a todos aquellos que no sepan con quién ir o se sientan demasiado solos yendo solos que nos concentremos mañana a las 10:30 en Paraná y Rivadavia y arranquemos luego desde el Congreso a la Recoleta a despedir a este padre de la patria. Y que ya de vuelta de la ceremonia final, del canto final, de la repetición afónica de las tres sílabas que mejoraron nuestra adolescencia, perseveremos en la misión de hacer de éste un lugar vivible. Que el cuerpo de Alfonsín sea el abono del país mejor y más justo que él quiso y que casi todos queremos. No es que seamos como él sino que hagamos como él. Escribiendo la oración laica de la democracia ideal, la que integra y da de comer, de beber, que da hachas y tizas. Él, que hizo los deberes, ya descansa. Completemos ahora los nuestros.

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