
El editor insistió en eliminar o mofificar la imagen, pero el autor se negó. Y es que el editor temía a las quejas de padres enfervorizados por la pequeña humanidad de la escultura. Richards explica que "las normas sociales que esta decisión parece reflejar dejarán afuera [del mercado americano] a ciertas visiones de la literatura infantil, lo que podría tener un efecto en cómo nuestros hijos ven el mundo, la naturaleza del arte y el cuerpo humano".
Y explica que los editores no dólo deben apuntar a ganar dinero: ellos deberían comportarse también como guardianes de la libertad de expresión. "Ocupan una institución social que tiene efectos muy concretos sobre nuestra cultura expresiva", aseguró.
Y la premisa de la que parte Richards es muy cierta. Las normas sociales, muchas veces menos discutidas pero mucho más efectivas que las restricciones legales, tienen un efecto muy concreto en la producción cultural de una sociedad determinada. Si interpretamos estas "normas sociales" en términos amplios e incluimos dentro de ellas a los deseos de los consumidores de cultura ('lo que la gente quiere ver') entonces veremos que el clima intelectual en el que vivimos podría ser muy diferente.
Entre las normas sociales que dan forma al mundo que miramos, leemos y escuchamos podríamos inlcuir:
- La búsqueda ganancias. Mueve a los "gate-keepers" culturales a apostar a éxitos seguros, a fórmulas mágicas que se creen probadas, de efectividad garantizada. Suelen ser productos que siguen éxitos anteriores, muchas veces chatos y carentes del vuelo propio que tienen los productos "arriesgados".
- Lo políticamente correcto. El caso del miembro minúsculo puede ser un buen ejemplo de ésto, pero hay muchos más. En pos de no herir suceptibilidades, los "gate-keepers" culturales dejan afuera a visiones poco ortodoxas de la realidad, ya sea que se trate de libros, películas o música. ¿Sería editada hoy en día una novela como Lolita? ¿O el editor temería la ira de padres enfurecidos?
- El cómodo encanto de lo viejo. Las vanguardias son dejadas de lado para seguir apostando a viejos recursos narrativos que resultan cómodos. "Una apuesta segura", podría decirse (otra vez en pos de la ganancia).
Esta es la producción masiva. Pero el sistema tiene a sus vanguardias: circuitos de teatro off, editoriales pequeñas y marginales pero osadas, cine a pulmón, música independiente.
Quien busca encuentra. Mientrás ayer (viernes por la noche) Tinelli bailaba en el caño de Canal 13; Alain Touraine hablaba en Encuentro de la fundación de la Argentina en el respeto por los derechos humanos.
Pero tal vez ahí reside el problema: esas visiones alternativas se presentan como marginales e integran en una muy baja medida el sistema cultural que consume una sociedad, y que nutre su debate público.
Suena utópico pedir que los grandes "gate-keepers" culturales no se duerman y se jueguen. Pero la historia del cine, al menos, demuestra que vale la pena apostar por productos poco ortodoxos y gente nueva. En última instancia, la vanguardias de hoy no son más que el establishment de mañana.
Como dijo Paul Gaugin: "El arte es plagio o revolución".
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