
Los movimientos sociales son, ya desde hace un tiempo, mi nueva obsesión. A ellos llegué desde los trabajos de Robert Post y Reva Siegel en derecho constitucional, trabajos que han logrado explicar con evidencias concretas los procesos de cambio y reforma legal que en EEUU fueron producto de esa clase de movimientos. Desde este punto de vista, los movimientos sociales suelen actuar como fuerzas de cambio radicalmente democráticas, dinámicas y --si se dan las circunstancias- sumamente exitosas. Los ejemplos abundan por derecha y por izquierda. El movimiento pro-prohibición, el de los derechos civiles, el de los derechos de la mujer y el del derecho a portar armas son algunos de esos ejemplos.
En la Argentina hubo, hay y habrá movimientos similares, con características propias que merecen ser estudiados. Intuyo que el movimiento obrero de las primeras décadas del siglo XX es uno de ellos, el peronismo también (aunque estos dos con diferencias profundas con los casos de estudio en EEUU). En términos de
single issue advocacy, tal vez
el movimiento por los DDHH (entendido como movimiento en busca de justicia por las violaciones cometidas durante la última dictadura militar) puede ser uno de los más similares a los que se ven desde el 'constitucionalismo democrático' de Siegel y Post. El incipiente movimiento pro matrimonio entre personas del mismo sexo también puede llegar a serlo.
Pero lo que me interesa destacar ahora es el buen momento que parece haber para el movimiento de
Bicentenario sin Hambre. Veamos por qué.
1. Se trata de un movimiento de
single issue advocacy, es decir, un movimiento que tiene una propuesta muy concreta y un objetivo super definido. En este caso, la propuesta no podría ser más concreta: 300 pesos de asignación universal por hijo para terminar con la pobreza en la Argentina. Fácil de vender, irresistible de comprar (a menos que seas un ser vil y malvado).
2. Establece al Bicentenario como un
momentum para alcanzar un objetivo. No es más que una excusa, pero una que resuena profundamente en cierta nebulosa psiquis del (llamémosle) 'ser nacional'. Los doscientos años de la Revolución de Mayo sirven para señalar inaceptables deudas pendientes, y retornan a un pasado que (en general) es visto como mejor. La famosa 'Argentina potencia' o el 'Granero del Mundo' de principios del siglo XX parece colarse en esa narrativa que invita necesariamente a juzgar nuestro presente en función de las promesas de un pasado real y de las ficciones de un pasado creado. Dejemos de lado la verdad de ese mito: por lo pronto, contentémonos con señalar que si la Revolución de Mayo significó algo alguna vez, necesariamente incluye que un país productor de alimentos no puede mantener al 30 por ciento de su población bajo la línea de la pobreza.
3. Al ser un tema singular y concreto, transpasa fronteras políticas, ideológicas y partidarias, lo que permitiría formar una coalición enorme y variada detrás. Ya tenés adentro a la
inteligentzia kirchnerista (con, ay, escasa llegada al Gobierno) y a la nueva derecha argentina (Macri, De Narváez). La idea había sido tradicionalmente apoyada por Carrió. Hasta la Iglesia y los medios (la cobertura de TN sobre el tema viene siendo muy fuerte) acompañan. Un escenario de
estamos todos de acuerdo parece probable.
4. Detrás se encolumnan los miles y miles de argentinos más o menos anónimos que trabajan en comedores, escuelas, y fundaciones para poner comida sobre la mesa de los argentinos en situación de pobreza. Este corazón 'militante', basado en fundaciones, unidades básicas, iglesias, debe ser articulado: la voluntad de poner el hombro ya está.
5. El nuevo escenario legislativo hace más permeable al Congreso, capaz de embarcarse detrás de un reclamo que parece dar réditos por todos lados.
Entonces,
ahora es el momento. Si me preguntan, diría que al movimiento le falta un tanto de empuje: requeriría de una acción más centralizada y directa, aprovechando las circunstancias favorables.
Estoy leyendo un interesante libro llamado
Grassroots Resistance, donde el autor recorre la historia de ocho movimientos sociales en los Estados Unidos del siglo XX. Después de analizar su historia y de la mano de William Gamson en
The Strategy of Social Protest, el autor señala que el
éxito de estos movimientos depende de diversos factores internos y externos.
Entre ellos, señala que los movimientos burocráticamente organizados y con una fuerte dirección centralizada tienen
estadísticamente mayores posibilidades de éxito; que los que son de
single issue tienen moderada ventaja sobre los que tienen programas de cambio muy generales; que el contexto histórico es clave y que el número de miembros del movimiento tiene una importancia relativa. Las posiciones de las
elites y las autoridades, la imágen del movimiento y la estructura organizacional son claves.
Si trasladamos ese análisis a nuestro país, el movimiento de
Bicentenario Sin Hambre parece tener viento de cola. Ojalá así sea, ¿no?