Al menos esa es mi impresión luego de haber visto la sesión en la que Aníbal Ibarra fue destituido de su cargo. A pesar de cierta desinformación, no lo inhabilitaron, porque cuando se empezó a votar por eso la diferencia de años entre los legisladores que iban a votar la inhabilitación dejó claro que no se iba a lograr los dos tercios necesarios. Pareció terriblemente improvisado.
Los votos clave fueron los dos en contra de Ibarra del ARI, el del kirchnerista Rebot que hizo lo propio y el del zamorista Gerardo Romagnoli. Éste último, que había anunciado semanas atrás que se iba a abstener, decidió votar en contra de Ibarra. Rebot parece no haber oído las señales enviadas desde el ejecutivo nacional o tal vez decidió expresar cierta independencia que --dado el carácter del actual presidente de la Nación- no le será fácilmente perdonada.
Los dos diputados del ARI votaron en contra de Ibarra, pero el decisivo --por una cuestión de orden de la votación- fue el de Guillermo Smith. Elisa Carrió hizo saber en un comunicado que apoya la destitución del jefe de Gobierno.
Finalmente, y mientras los familiares festejaban en los bares aledaños, el kirchnerista Elio VItali, manoteó el discurso de la abstención, como para no apostar por el perdedor cuando el partido ya había terminado.
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