Interesante artículo en lo de Gonzalo Ramírez Cleves respecto de la limpieza del espacio público después de la protesta. Es un extracto del libro de Andrés Gaitán Tobar llamado 'El botox o la globalización de lo bello'. El autor repasa las huelgas de Paris mediados de la década del 90. Y dice:
Un argumento intereante. Gaitán Tobar profundiza y dice que el retrato de esa experiencia en las calles de la Ciudad Luz busca enfocarse en "la manera como se empieza a implementar un sentido de exagerada democracia, obligando a generar lecturas erróneas entre los derechos del ciudadano y los derechos de un estado. La supremacía del estado resalta sobre la del ciudadano, especialmente cuando el mismo estado adecua unas estéticas que favorecen el principio del orden sobre el debate y el disenso".
Quien estuvo alguna vez en una manifestación, aunque sea de transeúnte ocasional, sabe que los discursos, las consignas y los carteles van acompañados de un desorden generalizado. Los argentinos sabemos que el resultado usual de manifestaciones en Plaza de Mayo suele incluir la modificación estética de algún edificio público que rodee la Plaza.
¿El escuadron de limpieza municipal que sigue de cerca a los manifestantes elimina los efectos indeseados de la protesta o en cierta medida elimina a la protesta misma, borrando del espacio público las huellas del descontento?
"Lo interesante era ver que detrás del grupo de huelguistas, a menos de una cuadra de diferencia, venía otro grupo enorme de barrenderos, de camiones cisterna echando agua y jabón y lavando con enormes escobines rotatorios las calles por las que atravesaba la turba bulliciosa. Más atrás venía el escuadrón de camiones de basura recogiendo las bolsas previamente llenadas por los barrenderos. En cuestión de segundos podía uno apreciar cómo el desorden y la 'mancha' dejada por el grupo de adelante pasaba a ser asimilada y neutralizada por el grupo de atrás. Este sorprendente proceso buscaba al máximo permitir que el acto democrático se diera en sentido figurado: todos podían hacer lo que quisieran, así hubiese una división entre Estado y ciudadano. Al ciudadano se le dejaba manifestar si sentía desventaja o si estaba en desacuerdo con las medidas del Estado. El Estado se autoimponía el derecho imperativo de asear los espacios públicos cuando estos lo requirieran. Cada quien ejercía su derecho casi al mismo tiempo, primando siempre la borrada inmediata de la memoria de dicho descontento. A los cinco minutos de haber pasado la huelga, las calles quedaban intactas como si nada hubiese sucedido. La manifestación, por ende, quedaba empacada higiénicamente en unas cuantas bolsas de plástico, y hasta se llegó a escuchar con ironía que la gente de determinados sectores quería que se hiciera una manifestación frente a sus casas o locales para que les dejaran bien limpio el sector. El resultado aséptico empezó a primar sobre la razón...".
Un argumento intereante. Gaitán Tobar profundiza y dice que el retrato de esa experiencia en las calles de la Ciudad Luz busca enfocarse en "la manera como se empieza a implementar un sentido de exagerada democracia, obligando a generar lecturas erróneas entre los derechos del ciudadano y los derechos de un estado. La supremacía del estado resalta sobre la del ciudadano, especialmente cuando el mismo estado adecua unas estéticas que favorecen el principio del orden sobre el debate y el disenso".
Quien estuvo alguna vez en una manifestación, aunque sea de transeúnte ocasional, sabe que los discursos, las consignas y los carteles van acompañados de un desorden generalizado. Los argentinos sabemos que el resultado usual de manifestaciones en Plaza de Mayo suele incluir la modificación estética de algún edificio público que rodee la Plaza.
¿El escuadron de limpieza municipal que sigue de cerca a los manifestantes elimina los efectos indeseados de la protesta o en cierta medida elimina a la protesta misma, borrando del espacio público las huellas del descontento?
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