domingo, septiembre 10, 2006

Bizarros Turistas de Hollywood en Baires

El boom del turismo en Buenos Aires es un hecho al que los diarios suelen dedicarle periódicamente alguna que otra página.

En esa línea, Clarín saca hoy una nota sobre el fenómeno de los youth hostels en Buenos Aires, algo que el diario decidió bautizar como "turismo gasolero".

En fin, lo interesante es que encontraron a tres exponentes muy peculiares de esta clase de visitantes. Según el texto, la foto de los muchachos debería parecerse a ésto (nótese el falo porteño de fondo que cumple la función de afrimar que los tres sujetos están en Buenos Aires).


¿Curioso, no? Ben Stiller, Will Farrel y un guitarrista de rock canadiense (?) están de gira por la Ciudad Autónoma y les gusta ir a comer a "El Desnivel", una recomendable parrilla de la calle Defensa. Lo más llamativo es que que los dos primeros --actores de Hollywood, ellos- vinieron personificados como dos de sus más exitosas representaciones fílmicas.

Veamos el epígrafe de la foto de la página 55.


Derek Zoolander es el personaje principal de la película Zoolander, amada por una amiga mía a quien -de todos modos-- sigo considerando una mina inteligente.

Ron Burgundy, por su parte, es el anchorman en la película mal traducida en Argentina como "El Periodista". Un personaje de prominentes bigotes inspirado en los periodistas de TV que en la década del 80 excitaban con su look varonil estilo Burt Reynolds a la tele audiencia femenina de la tarde (las verdaderas amas de casa desesperadas en un suburbio de algún pueblo del medio oeste norteamericano).

Y Rob Baker es --según la Wikipedia- un guitarrista canadiense. Pero por lo común del nombre puede ser que éste no estuviera mintiendo.

Pero hablemos en serio.

Por increíble que parezca, una de las tareas más difíciles del periodista es obtener que alguna fuente de esas que "se levantan en la calle" se digne a darte su nombre. ¿Miedo a la fama? ¿Al qué diran los vecinos? ¿A que los 'saquen de contexto'? Lo cierto es que a veces prácticamente hay que rogar para que te cuenten su gracia y dos por tres uno "sabe" que es un nombre inventado.

Me pasó con el robo al Banco Río, ¿se acuerdan?


La historia de Karina es la siguiente. Después de hablar más de diez minutos con esta chica a la que le habían robado todo lo que tenía en sua caja fuerte, le pregunté su nombre.

El diálogo fue algo así.

- Necesito tu nombre.

- Eh... Karina.

- ¿Apellido?


- No, por favor, no pongas mi apellido.


Fue un error del que aprendí ahí mismo: debería al menos haber intentado obtener su nombre al comienzo de la entrevista.

Como me pareció que era entendible que no quisiese dar su nombre para preservar su intimidad --le habían robado todos los dollars, gordy-, la nota salió aclarando que Karina hablo con la condición de que "no se publicara su apellido".

El tema es ese "eh..." del diálogo. En el momento que me lo dijo sentí que me estaba mintiendo.

Karina probablemente era una amiga, o la hija, o la madre. Ella, seguro que no.

A la periodista de Clarín que hizo la nota sobre los gasoleros probablemente le pasó algo parecido.

Pero los tres turistas que aman El Desnivel quisieron --obviamente- jugarle una broma a la reportera. Lástima que la broma llegó hasta las páginas del diario sin que nadie se diera cuenta en el camino.

Esta es una variante interesante de la fuente anónima, tema de mi tesis de Maestría.

Sería el caso de quien en vez de mantener su identidad decide mentir al periodista sobre su identidad.

Cuando el engaño es detectable a simple vista, lo ético es no usar esa fuente o hacerlo con las aclaraciones pertinentes. Sería el caso de quien dice llamarse Cañito Cañete, Isidoro Cañones o Rosaura Alasdiez.

Yo creo que el caso de Clarín de hoy es fácilmente detectable.

Al menos para quienes ven películas divertontas norteamericanas.

No hay comentarios.: