Hoy en día, gran parte del debate público en los Estados Unidos gira en torno a la legalización de algunas formas de tortura. Ya hemos dicho algo al respecto. El fin de semana leí en el Washington Post uno de los alegatos en contra de la tortura más elocuentes que he visto.
Lo escribió Ariel Dorfman [wiki y página personal], quien por norteamericano llegó a las páginas del diario y por chileno y argentino logró la claridad y elocuencia de aquellos que han visto a la tortura y a sus víctimas de cerca, con sus propios ojos.
Este abogado y activista por los derechos humanos formó parte de la administración de Salvador Allende, y luego del golpe de Estado de Augusto Pinochet buscó refugio en la embajada Argentina dónde conoció a un torturado por el régimen que "no podía parar de temblar". "Treinta y tres años después, no puedo borrar esa vida devastada de mi memoria", dice Dorfman.
En su trabajo posterior, Dorfman conoció a muchas vícitmas de la tortura. "Cada uno de esas espinas mutiladas y vidas fracturadas (...), hombres y mujeres por igual, brindaban la misma historia de esencial asimetría, dónde un hombre tiene todo el poder del mundo y el otro nada más que dolor..."
En el último párrafo el Dorfman chileno americano increpa a sus conciudadanos.
La mera existencia del debate habla de que algo anda mal en el paraíso...
Lo escribió Ariel Dorfman [wiki y página personal], quien por norteamericano llegó a las páginas del diario y por chileno y argentino logró la claridad y elocuencia de aquellos que han visto a la tortura y a sus víctimas de cerca, con sus propios ojos.
Este abogado y activista por los derechos humanos formó parte de la administración de Salvador Allende, y luego del golpe de Estado de Augusto Pinochet buscó refugio en la embajada Argentina dónde conoció a un torturado por el régimen que "no podía parar de temblar". "Treinta y tres años después, no puedo borrar esa vida devastada de mi memoria", dice Dorfman.
En su trabajo posterior, Dorfman conoció a muchas vícitmas de la tortura. "Cada uno de esas espinas mutiladas y vidas fracturadas (...), hombres y mujeres por igual, brindaban la misma historia de esencial asimetría, dónde un hombre tiene todo el poder del mundo y el otro nada más que dolor..."
En el último párrafo el Dorfman chileno americano increpa a sus conciudadanos.
"¿Estamos tan enfermos moralmente, tan sordos y tontos y ciegos, que no entendemos ésto? ¿Estamos tan tenebrosos, tan enamorados de nuestras propia seguridad e inmersos en nuestro dolor, que estamos realmente dispuestos a dejar que se torture en nombre de América? ¿Hemos perdido tanto el eje que no nos damos cuenta que cada uno de nosotros puede ser ese argentino sin remedio, que se sentaba bajo el sol de Santiago tan poseído por el mal que se le había hecho que no podía dejar de temblar?".
La mera existencia del debate habla de que algo anda mal en el paraíso...
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