
Si bien en un primer momento todos salieron a defender el derecho de la periodista a resguardar sus fuentes de información, el caso siempre estuvo rodeado de "algo turbio" que tardó varios meses en salir a la luz. Miller había recibido de una fuente de la Casa Blanca el nombre de una agente secreta de la CIA que resultó ser la esposa de un diplomático norteamericano que dejó a Bush como un perfecto idiota o un sublime mentiroso mediante un artículo publicado en el Times.
La historia es así -relatada en I&L el 28 de junio pasado.
"El marido de Valerie Plame, Joseph Wilson, es diplomático y tienen una larga carrera en el servicio exterior estadounidense. En 2003, Wilson - quien estuvo en Nigeria investigando una posible venta de uranio a Iraq - criticó el discurso del estado de la unión dado por el presidente George Bush, quien acusó a Iraq de querer comprar uranio en África. Pocos días después, la acusación fue más concreta: el uranio habriá querido ser complrado en Niegria.
En respuesta a esta insinuación de Bush, Wilson publicó un artículo en el New York Times el 6 de julio de 2003 con un título más que evidente: "Lo que no encontré en Irak". Allí acusó al gobierno de Bush de mentir y de manipular datos de inteligencia sobre el programa de armas de Saddam Hussein para justificar una invasión a ese país".
De más está decir que el discuso del "estado de la unión" es el más importante que puede dar el presidente de los Estados Unidos. Ante el ridículo en que fue dejado el presidente, un funcionario obsecuente reveló que la mujer del diplomático díscolo era agente de la CIA, lo que está penado por la ley y puso fin ipso facto a la carrera de la dama involucrada en el mundo del "recontra espionaje".
Hoy se sabe que quien reveló la fuente a la periodista del Times fue Lewis Libby, el chief of staff del vice presidente Dick Cheney. Este sujeto esta hundido hasta el cuello en problemas legales, y el escándalo amenaza al vice presidente mismo.
El secreto de las fuentes constituye una de las prerrogativas necesarias que deben tener los periodistas, ya que la posibilidad de mantener en anonimato a las fuentes es la única manera de que hablen aquellos que tienen algo que decir pero temen represalias. Una garnatía de este tipo permite un aumento en la cantidad de información que circula, con el consiguiente beneficio que ello importa para la sociedad por ampliar el acceso a la información.
Sin embargo, en el caso, la periodista fue utilizada -con o sin su complicidad- como medio para cometer un acto ilícito: no solamente la revelación de la identidad de un agente secreto sino el chantaje y el descrédito de una figura pública opositora a las posiciones del gobierno.
Esta peculiar circunstancia lleva a preguntarse si la garantía referida a la protección de las fuentes debe interpretarse en forma absoluta. Al respecto, un post en Balkanization de hace algunos meses que comentamos con anterioridad se aboca al análisis de la cuestión. Decía en su momento David Solove:
"La prueba debe ser si la revelación está relaizada en interés público. Aplicando la teoría del acto cirminal deja al gobierno demasiado poder para callar a los posibles informantes. Después de todo, el gobierno puede criminalizar cualquier filtración o aumentar las penalideades y castigar a los informantes forzando a los periodistas a revelar sus identidades. La mejor aproximación es , en mi opinión, una prueba que evalúe el interés público de la cuestión, no atada la prueba a si la filtración es o no un crimen".
Y nosotros decíamos:
"Es claro que la criminalidad del acto no puede jugar un rol decisivo, ya que, como afirma Slove, es el gobierno el encargado de decir qué constituye delito, y podría considerar que todo lo relacionado con el manejo interno de un órgano del estado es un bien jurídico que merece protección. Es por eso que el respeto del secreto de las fuentes debería centrarse primordialmente en aquellos casos en los que la información develada responda a un interés público que hace que sea más importante el conocimiento sobre el hecho que su castigo penal.
Este standard no sería cumplido en el caso, donde difícilmente pueda encontrarse un interés público en la divulgación de la identidad de un agente secreto de la CIA".
Hoy, Judith Miller se retira del Times, peleada con sus editores y recibiendo duras críticas de compañeros de redacción, quienes señalaron la falta de seriedad profesional en sus reportajes y en el modo en que recababa información. The New Republic se mofa irónicamente de ella.
La acusación que subyace es la de complicidad con el gobierno, uno de los peores pecados en los que puede incurrir un periodista.
La acusación que subyace es la de complicidad con el gobierno, uno de los peores pecados en los que puede incurrir un periodista.
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