
Hacia la izquierda, las barracas de las mujeres
Recién ha empezado a llover, y las pocas gotas que cayeron fueron suficientes para crear un incipiente barro en el que es difícil caminar. A pesar de estar en primavera, hace frío. Bajo el cielo gris se extienden interminables filas de edificios de madera: hacia la izquierda los de las mujeres, hacia la derecha, los de los hombres, todos ellos separados por altas paredes de alambre de púa. Detrás, un gran pórtico de ladrillos recibe y deja ingresar al campo una vía de ferrocarril que se pierde en el horizonte en una suave curva hacia la derecha. Los flores colocadas bajo el arco dan cuenta de que esas vías no se usan hace mucho tiempo.
El campo de concentración de Brikenau, a pocos kilómetros de Auschwitz, rebosa de turistas con paraguas y pilotos contra la lluvia. Van y vienen con sus cámaras fotográficas y sus calcos pegados en el pecho que los hacen miembros de algún tour previamente pagado.
Leo hoy en Concurring Opinions que Eric Muller --columinsta- irá con un bus lleno de supervivientes a uno de los campos de concentración para ciudadanos de orígen japonés creados por Roosvelt en la costa oeste de los Estados Unidos, que fueron declarados constitucionales por la Suprema Corte en 1944, en la infame decisión del caso Korematsu. Dice Muller: "Leer a Korematsu y a la literatura que existe sobre la reculsión japonesa en América es muy importante. Pero no hay mejor manera para entender a los campos que visitarlos, especialmente (si es posible), con gente que fue recluida ahí nada más que por sus orígenes y sus ancestros".
Supongo que es cierto. No hay nada mejor para entender lo inentendible que estar parado en una cámara de gas dónde mujeres, hombres y niños morían de a 7 mil por una eficaz máquina de exterminio. Y hace mucho frío.
El campo de concentración de Brikenau, a pocos kilómetros de Auschwitz, rebosa de turistas con paraguas y pilotos contra la lluvia. Van y vienen con sus cámaras fotográficas y sus calcos pegados en el pecho que los hacen miembros de algún tour previamente pagado.
Leo hoy en Concurring Opinions que Eric Muller --columinsta- irá con un bus lleno de supervivientes a uno de los campos de concentración para ciudadanos de orígen japonés creados por Roosvelt en la costa oeste de los Estados Unidos, que fueron declarados constitucionales por la Suprema Corte en 1944, en la infame decisión del caso Korematsu. Dice Muller: "Leer a Korematsu y a la literatura que existe sobre la reculsión japonesa en América es muy importante. Pero no hay mejor manera para entender a los campos que visitarlos, especialmente (si es posible), con gente que fue recluida ahí nada más que por sus orígenes y sus ancestros".
Supongo que es cierto. No hay nada mejor para entender lo inentendible que estar parado en una cámara de gas dónde mujeres, hombres y niños morían de a 7 mil por una eficaz máquina de exterminio. Y hace mucho frío.
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