
En los días previos a la invasión de Irak ordenada por George W. Bush en 2003, mientras Colin Powell mentía en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre la existencia de armas de destrucción masiva en manos de Saddam Hussein, algún visionario funcionario de la organización internacinoal ordenó que se ponga una cortina azul delante de la reproducción del Guernica de Picasso que cuelga en la entrada del edificio que la ONU tiene en Nueva York.
Ese era el lugar en el que daban sus conferencias de prensa los diplomáticos, entre ellos Colin Powell y John Negroponte. No era conveniente que las palabras que presagiaban una guerra cada vez más inminente tuvieran como fondo a uno de los máximos símbolos a favor de la paz creados por el hombre.
Tal es la fuerza simbólica del cuadro que el pintor malagueño creó como consecuencia del bombardeo por parte de la Legión Cóndor alemana del pueblo vasco de Guernica, en el que murieron cientos de personas.
Hoy, nos despertamos con la noticia de que Israel ha lanzado un ataque sobre Qana, un pueblo del sur del Líbano que mató a más de 60 personas, 37 de los cuales eran niños. El hecho ya fue calificado como un serio crímen de guerra, de los tantos que se cometen a diario desde hace 19 días en esa zona del mundo. Y ya se pusieron las excusas del caso.
¿Cabe preguntarse ilusamente si serán juzgados estos criminales de guerra del siglo XXI? ¿Si recibirá el alto mando israelí y su primer ministro el castigo de la naciente y todavía ineficaz justicia penal internacional?
La respuesta probablemente sea no. Francisco Franco nunca fue juzgado por el crímen de las tropas que estaban a su mando y a más de 69 años del bombardeo de Guernica es lamentablemente utópico imaginar a los comandantes israelíes sentados en el banquillo de los acusados.
Tal vez el pueblo del sur libanés no tenga a un Picasso que intente reparar en un óleo y para el juicio de la historia las fallas de la justicia de los hombres. Pero Qana tiene --hoy y siempre- un espejo en el que mirarse que cuelga desde hace 25 años en el museo Reina Sofía de Madrid.
Y las cortinas azules no pueden taparlo.
Ese era el lugar en el que daban sus conferencias de prensa los diplomáticos, entre ellos Colin Powell y John Negroponte. No era conveniente que las palabras que presagiaban una guerra cada vez más inminente tuvieran como fondo a uno de los máximos símbolos a favor de la paz creados por el hombre.
Tal es la fuerza simbólica del cuadro que el pintor malagueño creó como consecuencia del bombardeo por parte de la Legión Cóndor alemana del pueblo vasco de Guernica, en el que murieron cientos de personas.
Hoy, nos despertamos con la noticia de que Israel ha lanzado un ataque sobre Qana, un pueblo del sur del Líbano que mató a más de 60 personas, 37 de los cuales eran niños. El hecho ya fue calificado como un serio crímen de guerra, de los tantos que se cometen a diario desde hace 19 días en esa zona del mundo. Y ya se pusieron las excusas del caso.
¿Cabe preguntarse ilusamente si serán juzgados estos criminales de guerra del siglo XXI? ¿Si recibirá el alto mando israelí y su primer ministro el castigo de la naciente y todavía ineficaz justicia penal internacional?
La respuesta probablemente sea no. Francisco Franco nunca fue juzgado por el crímen de las tropas que estaban a su mando y a más de 69 años del bombardeo de Guernica es lamentablemente utópico imaginar a los comandantes israelíes sentados en el banquillo de los acusados.
Tal vez el pueblo del sur libanés no tenga a un Picasso que intente reparar en un óleo y para el juicio de la historia las fallas de la justicia de los hombres. Pero Qana tiene --hoy y siempre- un espejo en el que mirarse que cuelga desde hace 25 años en el museo Reina Sofía de Madrid.
Y las cortinas azules no pueden taparlo.
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