sábado, julio 22, 2006

100 años no son nada...

Ayer se cumplieron 100 años de finalizado uno de los conflictos legales más apasionantes de la historia, y así lo recordaron en Concurring Opinions.

Pruebas secretas, juicios llevados a cabo en sesiones cerradas al público, gente encarcelada en islas fuera del territorio, filtraciones a la prensa... puede parecer Guantánamo, pero el caso del que estamos hablando es el de Alfred Dreyfus, en la Francia de fines del siglo XIX.

A raíz de este caso el escritor Emile Zola escribió su famosa carta (¡Yo acuso!) en la que acusaba a altos generales de traición, de saber que Dreyfus era inocente sin hacer nada al respecto, de ocultar al verdadero culpable del crímen por el cual había sido condenado.

Fue un gesto que le valió el juico laudatorio de la historia, pero no de los tribunales franceses, que lo condenaron por difamación, forzándolo a escapar a Londres.

1 comentario:

Anónimo dijo...

EL 13 DE ENERO DE LA DIGNIDAD
Por Luis Agüero Wagner (lautaro_l@hotmail.com)

"La indoblegable lucha por la verdad y la justicia de Emile Zola en defensa de Alfred Dreyfus, le han valido los mayores ultrajes que hayan producido jamás la estupidez, la ignorancia y la maldad, por lo cual será recordado como un monumento a la conciencia humana" (Anatole France, en las exequias del célebre autor del "Yo acuso").
El 13 de enero de 1898 el famoso escritor francés Emile Zola plasmaba uno de los más gloriosos capítulos en el devenir de la palabra escrita con su recordada carta "J' acusse", valiente y honrosa intervención en defensa de un inocente condenado por una traición que no cometió, y que quedaría grabada indeleble en la historia. "Señor: Me permitís que, agradecido por la bondadosa acogida que me dispensasteis, me preocupe por vuestra gloria y os diga que vuestra estrella, tan feliz hasta hoy, está amenazada por la más vergonzosa e imborrable mancha?" apercibía el célebre autor de " La Bestia Humana ", al presidente de la III República francesa M. Félix Faure, desde las páginas de L'Aurora. El diario dirigido por Clemenceau, había puesto en la calle ese día 300 mil ejemplares operando al máximo de sus posibilidades, la edición se agotaría en pocas horas causando un efecto fulminante que dividiría a Francia por décadas.

Medio siglo después, el 13 de enero de 1947, el Paraguay se sumergía en una pesadilla de la que no puede despertar hasta hoy: la arbitrariedad, corrupción y clientelismo llegaban de la mano de un infame golpe de estado contra la apertura democrática de la primavera de 1946. Era el inicio de un proceso sistemático de destrucción de la sociedad civil no-colorada que engendró el denigrante modelo social actual. Nunca un 13 de enero fue tan oscurecido por las sombras de la deshonra y la ignominia a lo largo de nuestra historia nacional, como en 1947. Si con algún hecho puede contrastarse tanto deshonor, es con la fulgurante intervención de Emile Zola en defensa de un militar condenado en forma irregular que es lo que realmente merece evocarse, celebrarse e imitarse en estas fechas.

En 1894, todavía nítido el recuerdo de la guerra franco-prusiana de 1870, el capitán de ascendencia judía Alfred Dreyfus había sido degradado y condenado a prisión en un proceso irregular. La condena, según Zola, se basaba en "intrigas novelescas, complaciéndose con recursos de folletín, papeles robados, cartas anónimas, citas misteriosas en lugares desiertos, mujeres enmascaradas". La acusación de espionaje a favor de Alemania se había originado en una cadena de encubrimientos en los altos mandos, el proceso pronto estuvo plagado por testigos falsos, vicios procesales y violaciones de plazos. "Se han agitado allí -decía Zola el 13 de enero de 1898- la demencia y la estupidez, maquinaciones locas, prácticas de baja policía, costumbres inquisitoriales, el placer de algunos tiranos que pisotean la nación, ahogando en su garganta el grito de verdad y de justicia bajo pretexto, falso y sacrílego, de razón de estado".

Cuando un testigo clave desaparece en medio del juicio, se esgrime su perfil sociológico "con tendencia a la fuga", en similitud con casos de nuestro presente. Pero el paralelismo va más allá: la opinión pública, en parte alimentada por el fanatismo antisemita, en parte amedrentada por la campaña de una prensa sobornada, ratifica el veredicto del irregular Tribunal Militar que declaró culpable a Dreyfus, encarcelado en la Isla del Diablo.

Como era de esperar, la valiente denuncia de Zola le cuesta al escritor un proceso en el que en medio de presiones políticas, amenazas y magistrados genuflexos, además del turbio clima creado por la prensa amarilla, resulta condenado a un año de prisión. Muy a su pesar, debe asilarse en Inglaterra.

Pero como lo vaticinara con pluma maestra, la verdad se había echado a andar y nada podía detenerla. Se empiezan a descubrir entretelones insospechados de la trama que había condenado al inocente, "para proclamar la inocencia de los hombres cubiertos de vicios, deudas y crímenes".

Dreyfus es convocado desde la Guyana francesa para un nuevo juicio, donde vuelve a ser condenado aunque a una pena menor, en medio de nuevos desórdenes. A pesar de todo, las evidencias a su favor empiezan a salir a la luz. Uno de los conjurados apela al suicidio y el capitán Esterhazy, el verdadero traidor, huye del país. Como lo profetizara Zola, la verdad oprimida había estallado con ruidoso desastre.

En 1902 la muerte encontrará a Zola de regreso en su patria, en sus exequias resonará el reconocimiento de la Francia libre. Anatole France, quien en 1921 recibirá el Nobel de Literatura, pronuncia un emotivo discurso, comparando su gloria literaria con la de Tolstoi y lamentando que el genial autor de teatro, novelas, críticas y escritos políticos no haya podido ver consumada la justicia para Dreyfus. En 1906, cuando finalmente solo por decisiones políticas es anulado todo el proceso militar viciado, el oficial es reintegrado con restitución del grado y honores militares.

A 109 años del "Yo Acuso", sus ecos todavía parecen alcanzar a pusilánimes generales paraguayos, que envían abyectas cartas desde metrópolis imperiales para deshonra de su uniforme, en sus párrafos fulminantes: "Conozco a quienes suponiendo posible una guerra, tiemblan de angustia porque saben en qué manos está la defensa nacional! En qué albergue de intrigas, chismes y dilapidaciones se ha convertido el sagrado asilo donde se decide la suerte de la patria!".

Tal vez en ningún otro país del mundo, hoy resuene con tanta fuerza esta historia, mucho más aleccionadora para los paraguayos de lo que muchos piensan, así como mucho más digna de ser recordada que el ignominioso golpe fascista del 13 de enero de 1947.